Segunda Sesión,
27 de agosto de 2002,
3 p.m. a 6 p.m.
Caso 8. Testimonio
de la señora Concepción Ventura Rojas,
la señora
Antonia Condori Huamaní y la señora Victoria
Romero Hurtado
Sofía Macher:
Llamamos a la señora Concepción
Ventura Rojas, la señora Antonia Condori Huamaní y
a la señora Víctoria Romero Hurtado. Ellas nos
van a presentar al caso de la familia Aguilar Ventura. Nos
ponemos de pie.
Señora Victoria Romero Hurtado, señora Antonia
Condori Huamaní, señora Concepción Ventura
Rojas, formulan ustedes promesa solemne de que su declaración
la hacen con honestidad y buena fe y que por lo tanto expresarán
sólo la verdad en relación a los hechos que nos
van a relatar.
Sí.
¿Sí?
Gastón Garatea:
Señoras Concepción, Antonia
y Victoria, les agradecemos que vengan aquí a contarnos
lo que ustedes han sufrido. No sólo porque nos enteremos
sino para que el país entero tome conciencia de estos
hechos tan duros que sufrieron las comunidades. Sabemos que
ustedes han sufrido mucho, han sido víctimas de muchos
agentes y eso es un drama que los peruanos tenemos que saber
manejar y saber remediar. Porque han sido víctimas inocentes
de una guerra en la cual ustedes no tuvieron nunca, nadie les
preguntó nada. Sino simplemente las dañaron.
Les pedimos pues comenzar con su testimonio.
Victoria Romero: (traducción)
Señores Comisión
de la Verdad, muy buenas tardes. Soy de la comunidad Siursay,
distrito Lambrama, provincia Abancay. Mi esposo era, era un
buen hombre, vivíamos tranquilos sin ningún problema
en esos tiempos de mil novecientos ochentisiete. Vivíamos
en paz. No conocíamos problemas. Allí el ventiseis
de noviembre, entraron los terroristas, muy temprano y nos
han reunido a todo el pueblo sin que falte uno, varones, mujeres,
niños y niñas. En la pampa, frente a la iglesia
y preguntaron ¿quiénes son las autoridades?,
que vengan aquí. Y escogieron a las autoridades. Entonces,
una vez que escogieron a las autoridades, ¿dónde
esta el tampón?, ¿dónde están el
libro de actas, el sello? Pidieron esas cosas a las autoridades.
Mi esposo José Rojas Chipana, de edad trentidos. Otro
era agente Isidro Aguilar Aroni. El era agente. Y otro Matibido
Aguilar Aroni, así dice. Así que a los tres los
reunió y les dijo, -desde ahora no hay ninguna autoridad,
ustedes no ejercen ninguna autoridad, ya todo esta dominando
los compañeros por Abancay, ya no existe ya ni Lima,
ni Abancay para la justicia, vuestro padre, entre comillas
guardias, tampoco ya existen-. Entonces, las autoridades abandonaron
todos los documentos, todos los enseres de su autoridad, los
sellos lo golpearon con piedra. Con cuchillo lo tajaron el
tampón.
Era ventiseis de noviembre y luego de eso llegaron
los policías,
los guardias. A unos no conocíamos a los soldados. Y
llegando ellos, preguntaron ¿dónde están
las autoridades?, ajá ustedes habían apoyado
a los, a los terroristas y entonces, ellos nos han castigado
fuertemente. Querían matarnos a todos, diciendo que éramos
terroristas, así que todos nos asustamos porque ya ahora
si moriremos todos. Cuidado nomás que ustedes vayan
a Abancay. Así nos amenazaron, no podían movernos.
Porque nos dijeron que ya no existía Abancay.
Entonces,
luego de eso volvieron los terroristas el ventidos de diciembre,
de noche. A las ocho de la noche. Al poco tiempo
de que había muerto mi esposo. Entraron ellos cuando
estabamos durmiendo, tocaron la puerta. Estabamos semi desnudos,
con ropa de dormir, todos los niños también medio
desnudos. Y salió mi esposo. Lo hicieron regresar golpeándole
con el arma, a golpes. Y entonces, dentro de la casa ya, denme
jebe, denme honda, denme soga, cuerda. Y yo contesté,
no tengo nada señor.
Ellos mismos cogieron una soga
y amarraron a mi marido con las manos atrás. Tenía un niño de cinco
meses, con este niño en brazos. Entonces, amarrado a
mi marido lo sacaron. En la pampa de la escuela, a mí me
cerraron en mi casa. Yo quería salir. Después
de tanto esfuerzo pude salir de la casa para ir a ver ¿qué pasaba
con mi esposo? Una vez que salgo, con una tremenda fogata,
junto a ella estaban matando a mi esposo. Mi primer hijo Yoli
Rojas, otro Percy Rojas, otro hijo José Rojas, la cuarta
Carmen Rojas Romero, son cuatro hijos que tengo.
Así con mis cuatro hijos tape a mi marido y a mis hijos,
junto con ellos golpearon con piedra en el pulmón. Hasta
ahora esta malogrado el pulmón mi hijo. Y así tapando
más o menos mi marido, se escapó, se apoyó a
la pared, levantando las manos. Así que disparó con
el arma, así que yo me perdí ahí. Yo me
desmayé así que no me acuerdo mucho. Esa noche
mataron a mi esposo. A mi hija la estaba llevando, a Percy
Rojas, a mi hijo. Por eso mi hijo, tenía miedo de ir
donde ellos, porque me matarán como mi padre. Ahora
tiene ese chico ventidos años, llevando a ese chico,
yo me escapé.
Y tras mío habían vaciado a toda mi casa, sin
haber dejado nada. Yo soy huérfana. No he conocido a
mi padre. Hasta quería comer tierra porque no encontraba
nada para mi sustento. No sabía cuando era lluvia, cuando
era sol, cuando era noche, de día. Estaba desesperada.
Así que después habían ido a matar a los
esposos de acá, de mis compañeras. Y esa noche,
hemos reunido a los muertos y nos hemos ido a una cueva para
pernoctar esa noche. Y le hijo dijo, que vamos adonde mi padre.
Seguramente, que se va a levantar mi padre.
Otros me decían, no vayas vas a, te van a matar, no
vayas. Me atajaban. Así que subíamos a los árboles.
Nos ocultábamos en las cuevas, en los agujeros de las
rocas. Los niños no comprendían, dentro de la
iglesia estaban amontonadas las almas, es decir los cadáveres.
Caminábamos, no había adonde quejarse. Allí nos
quedamos sin poder acudir a nadie. Y luego, nosotros hemos
ido a enterrar a nuestros seres queridos. A pesar de las amenazas
que nos habían dado de que nos matarían a los
que enterrabamos a los muertos. Por eso hemos sufrido tanto,
demasiado hasta ahora. Son tantos años ya que no tengo
idea. Mi esposo valía tanto como los cerros, ha sido
presidente de la comunidad. El presidente de Lima, no nos visita,
no nos, no se acuerda de nosotros. Hasta ahora no se sabe.
No hemos hecho partida de defunción de mi marido. Mis
hijos están de hambre, tienen enfermedades, sufriendo
estoy educando a mis hijos.
Por eso ahora, después de tanto tiempo, nos dan opción
a hablar. Pues yo quisiera nos dejen pues desde ahora. Esos,
mis hijos han estudiado hasta quinto, ¿en qué van
a trabajar?, están sin trabajo. Inclusive se van a mujeres,
varones, o hasta la borrachera. Por favor, ustedes señores
de la Comisión de la Verdad, suplico a ustedes por la
salud, por la educación, por el trabajo, dentro de esta
ciudad. Quisiéramos donde vivir, una vivienda, un amparo.
Que el presidente se acuerde de nosotros. Nosotros, dice que
hasta la piedra vale, un cerco, un árbol vale y nosotros
valemos más que un árbol, más que una
piedra. Somos personas, ¿por qué sufrimos hasta
hora? Lloro, mujer pobre. Para mi no se acaban días,
ni noches de sufrimiento. Me he olvidado algunas cosas por
la emoción.
Concepción Ventura: (traducción)
Vengo de Siusay
señores, Concepción Ventura Rojas. Mi esposo
Isidro Aguilar Aroni, en la comunidad de Siusay, vengo de allí,
del distrito de Lambrama, provincia de Abancay. Mi esposo ha
sido buscado de noche y le dijeron estamos entre hombres, vamos
hacer asamblea, yo y tú. Los otros están esperando
en la plaza. Allí vamos a conversar entre hombres, levántate.
Y sin que él estuviese muy bien despierto, todavía
lo apuró tanto, lo sacó. Nos levantaremos todos,
iremos, también. Usted señores no va. Quédese
compañera, quédese usted, quédate tú.
Yo no conocía este tipo de personas, como siempre es
autoridad, mi esposo pensaba que era para o alguna otra diligencia.
Agente municipal él, entonces lo mataron en la plaza.
Poniéndolo la cabeza cerca de la puerta de la iglesia,
poniéndole de cabecera a una de las gradas de la iglesia.
¿Qué ha pasado con mi esposo?, hasta ahora no
viene o le han hecho tomar. Y ya por la mañana, muy
de madrugada, no sabía ni adónde ir, no me encontraba
con nadie. Entonces, en la plaza cerca de la puerta de la iglesia
encuentro, lo encuentro sin poncho, sin correa, echado de costado,
casi en posición de durmiendo, de durmiente. Le habían
amarconado, le habían golpeado. Por el cuerpo le habían
echado rajas de cuchillo por las piernas ¿Por qué este
hombre está durmiendo?, pensaba yo.
Ni había estado ni mareado, ni borracho sino estaba
muerto. Le habían puesto un papel en la espalda, así mueren
los soplones, cuidado que alguien lo levante, cuidado que alguien
lo ayude o lo, o lo vaya a enterrar. Igualmente lo vamos a
matar, vamos a sacarle su diablo. Sus hijos, su mujer, nadie
debe tocarlo. Hasta las raíces de eucalipto, nosotros
tumbamos a todos. Igualmente tumbaremos a cualquiera que se
meta con nosotros. Entonces, nosotros caminabamos sufriendo
y llorando. De puro miedo, de tristeza, llorando. Acaso si
no morimos ahora, no moriremos mañana. De todos modos
habrá que enfrentarnos.
Ya Dios, había puesto un par de familiares que se compadecieron
de nosotros, regresaron a averiguar hacia la iglesia y reunimos
allí, goteando sangre a los muertos, sin nadie nosotros,
no había quién avisar. Ni autoridad, ni nadie.
Así asustados, asustadas, con todos nuestros hijos ¿qué hacemos?, ¿adónde
vamos escapar?, ¿qué hacemos?, ¿qué va
a ser de nuestra vida?
Eramos tres mujeres solitarias en el
mundo. No encontramos a nadie que nos diga siquiera una palabra
de aliento. Nosotros
casi, resignados, resignadas a morir. De todos modos hemos
llegado a enterrar a nuestros maridos. En mí eran seis
hijos, el mayor de diez años, el resto seguidos de edad.
Esos hijos, con esos hijos nos ha dejado mi esposo. Hemos agarrado
valor para poder atender a nuestros hijos, hemos puesto la
escuela, le hemos dado la comida, lo que hemos podido. Han
ido creciendo. Así como nuestro padre moriremos acá,
no queremos estar acá.
Y no podíamos poner adónde a nuestros hijos,
ni como hacer seguir sus estudios, sin dinero, en pobreza.
Mis hijos se han dispersado hacia otros pueblos. Yo quisiera
que esos mis hijos vuelvan. Y sea un apoyo también para
nosotros que estamos solas, en esta provincia de Abancay. Que
el gobierno nos apoye en cuanto a nuestros hijos, una vez más
estaríamos juntos siquiera los que quedamos. Queremos
reencontrarnos otra vez, ¿cómo estarán
sufriendo mis hijos en otros sitios, en otros pueblos, sin
que nadie los reclame, sin que nadie sepa de ellos, sin que
nadie pueda darles un vaso de agua?
Por eso yo llorando por
mis hijos, ando, camino, sufro, no me escuchan. Autoridades,
gobierno, quisiéramos, quisiera
que nos, quisiera ser escuchada. Soy ignorante, no sé mucho
del idioma, lo que sufro tanto es por mis hijos, porque es
terrible perder a ellos o que estén lejos. No hay quién
nos oriente, estamos tan solos, tan abandonados. Cuando venimos
a Abancay, sin trabajo nosotros, a lo mucho podemos buscar
un cuarto alquilado, uno se termina de estudiar, otros no pueden,
no podemos. Y aunque terminen de estudiar, se ven en la calle,
sin trabajo. Y a la fuerza vemos donde dormir, donde vamos
a comer. Ese es nuestro mayor reclamo. Porque es el tema más
doloroso. Necesitamos apoyo. Al menos un lote quisiéramos
en esta provincia para poder construir un domicilio para nuestros
hijos. Tenemos esa esperanza en ustedes. Quisiéramos
justicia. Disculpen ustedes, esperamos que ustedes nos defiendan.
Tenemos confianza en ustedes, no creo que nos dejen en esta
situación tan terrible de orfandad, de abandono.
Soy
madre soltera, de dónde vamos a ganar, así que
hagamos negocio no, nos resulta. Nuestras ventas se quedan
y estamos sin nada. Si vendemos alguito comemos y si no, nada.
A veces en el negocio se pudren algunos productos, no siempre
se vende. Algunos nos compran, otros no nos compran, ¿con
qué vamos a mantenernos?
Pero seguimos buscando trabajo.
Reitero la petición
al presidente, al gobierno a fin de recibir apoyo. Al menos
un lote, alimentación para los hijos es todo lo que
puedo hablar, muchas gracias.
Antonia Condori:
Buenos días, Comisión de la
Verdad. Yo vengo Antonia Condori Huamaní, de Siyusay,
distrito de Lambrama y provincia de Abancay. Soy Antonia Huamaní,
mi esposo Nativido Aguilar Chumbes, por eso he venido. No conozco
lugares, pero aquella vez vinieron a las nueve de la noche
los terroristas lo sacaron a las nueve de la noche, entrando
a mi casa con linertas entre cuatro. Entonces, estos terroristas,
entrando a la casa estábamos durmiendo con nuestros
hijos, a uno de ellos le pusieron chaveta. Tenían una
especia de bayoneta y los amenazaron ¿te levantas o
no?, no quiso mi marido, ¿te levantas o no?, mis hijos
volaron de cama. Entonces, los alcanzaron hacia la puerta a
los niños.
A los niños los hicieron parar y casi los abalearon.
Por favor no hagan eso. Lo que usted ordene hará mi
marido. Hará mi marido, por favor no hagan eso. Ya váyase
a dormir a su hijo. Así que a empujones nos llevaron
hacia adentro. De todos modos a mi marido se lo llevaron una
vez levantado de entre cuatro. Dos se quedaron conmigo a cuidarme.
Sí es que tú vas y sigues, te matamos. A estos
pequeños igualmente los matamos. Así que nosotros
llorando nos quedamos y mi marido ya no volvió más.
Llorando y sufriendo pensaba que iba a volver, los niños
lloraban también, yo con la esperanza que volverían,
los consolaba así. Los otros hijos estaban durmiendo
adentro ellos no se dieron cuenta. Así que después
supimos, diecisiete cuchilladas en el cuello, hacia el cuello.
No había podido morir rápido, así que
con piedras lo chancaron, los sesos salieron fuera, entre el
maizal. Pero antes de eso buscamos, no sabíamos donde
estaba. O lo han encerrado en la iglesia, en algún otro
sitio lo han amarrado, ¿dónde estará?
A mis hijos les dije -no está vuestro padre, vamos
a buscarlo, vayan haciendo cancha ustedes en el fogón-.
Entonces, he vuelto, tenía un perro negro y ese perro
salió de entre el maizal , ese perro nos hizo encontrar
porque había lamido la sangre del muerto. Habían
mancuernado con una honda, honda de color rojo. Pero le había
hecho tiras la cabeza. Volví más tarde llorando.
No hablo todo, falta todavía cosas. Llorando ocho hijos
en total, cargando a uno, abrazando a otro, no podía
soportar el dolor. No tenía ni idea si era de noche
o de día, junto con mis hijos no había ni ganas
de comer durante varios días. A caminar llorando. Hemos
hecho comida cerca del río, cerca de las rocas, caminando
con nuestros hijos.
Tampoco teníamos casa en Abancay. Mi hermano que también
los tenía a uno de mis hijos los había botado
a mi hijos, -adónde sea pues vayan ustedes. Ustedes
gastan mi agua, mi luz, no tengo para mantener a ustedes. Vuestro
padre pues habrá dejado algún terreno, vayan
por ahí-. Así que los chicos andaban por las
calles como mendigos, como perros abandonados. Mis hijitas
mujeres de puro miedo también no podían seguir
adelante porque se sentían muy solas ahora que no estaba
su padre, yo que no soy varón, ¿dónde
podría ir como jornal, incluso yo?, no podía.
Así que lo que hacía era llorar. No había
noche ni día de tranquilidad, era llorar mi vida.
Ya
pensabamos que venían pronto los terroristas, ya
no podíamos estar en la casa de miedo. Pensando a cada
rato que llegarían en cualquier momento. Como estas
tres mujeres, no se compadecen, no tenemos ningún terreno,
hemos estado casi siempre juntas en nuestro dolor, en nuestro
sufrimiento. Quisiéramos por lo menos un lote de terreno,
dónde construir para nosotras. La desesperación,
el dolor, el abandono, el hambre, no puedo comprar a veces
ni un solo kilo de azúcar siquiera para tomar un agua
hervida. Es terrible nuestra vida.
Sufrimos mucho, dos días el año pasado tuve
que lavar ropa donde una señora para comprarme algo
de azúcar. Como soy ignorante, analfabeta. Cuidado que
vayas india, nos decían aquella vez, cuidado que vayan
a quejarse a vuestros maridos los policías, cuidado
nomás. Te vamos a matar. Así que no podíamos
ir tampoco a quejarnos. Nos quedábamos ahí en
silencio. Con la única, el único consuelo triste,
llorar, sufrir. Solamente yo tenía ocho hijos. Como
no soy varón no puedo trabajar. Cuántas veces
hemos estado sin comer. A veces hemos tomado agua hervida.
Por un apego tan fuerte a la vida, ellos quieren tener un lugar
donde vivir, reiteran como casi todos un lote de terreno, donde
vivir. Por favor queremos un lote. Eso es todo dice. Muchas
gracias.
Gastón Garatea:
Muchas gracias por su testimonio, muchas
gracias por hacernos tomar conciencia de lo que ha significado
esta violencia ¿no?, esta violencia que deja hogares,
desechos, que deja niños sin futuro a veces, con mucho
dolor pero que tiene una cosa tan bonita y tan interesante.
Tres mujeres valientes que se juntan, que caminan juntas y
que luchan unidas por su familia, por los suyos. Creo que Dios
les sabrá dar fuerzas para caminar, para seguir luchando.
Creo que le Perú entero se ha enterado de esto, de la
destrucción sistemática de familias, del dejar
a la gente sin rumbo, sin casa, sin terreno ¿no?, sin
trabajo. Creo que se exige pues una reparación y como
ustedes bien lo dicen a propósito del terreno, se exige
que se les de estas posibilidades de una vida digna y eso es
lo que haremos y lo lucharemos por ustedes, nosotros los miembros
de la Comisión de la Verdad. Muchas gracias pues por
su testimonio.
Caso 7Caso
8Caso
9Caso
10Caso
11
|