Primera Sesión,
27 de agosto de 2002,
9 a.m. a 1 p.m.
Caso 2. Testimonio
del señor Plácido Damían Casani
Sofia Macher:
Buenos días, buenos días señoras
y señores la Comisión de la Verdad y Reconciliación
inicia hoy una nueva Audiencia Pública con víctimas
de violencia política y lo hace en Apurímac,
una tierra con la cual todo el país tiene una enorme
deuda que no remonta solamente a las dos décadas pasadas
sino que arrastra desde los inicios de nuestra historia como
república.
La pobreza, el olvido, la desprotección en que el estado
ha dejado durante décadas a esta departamento sólo
se vieron agravados por los años de violencia. Y pasada
esa ola de auto destrucción nacional, la indiferencia
de todo el país, hacia los sufrimientos de Apurímac,
fue como una prolongación de esa violencia. Los miembros
de la Comisión de la Verdad creemos que es hora de poner
fin a ese olvido. Y la ceremonia que hoy inauguramos aquí,
es nuestra forma de comenzar a honrar esa enorme deuda de reconocimiento
y atención que hemos mencionado.
Como hemos explicado
en diversos foros y como lo hemos señalado
también en las audiencias públicas precedentes,
esta ceremonia constituye un elemento central en nuestro plan
de trabajo. En ella se da el encuentro elementos muy importantes
de nuestra misión, tal como nosotros lo entendemos.
En primer lugar esa presentación de testimonios por
parte de quienes sufrieron violaciones de sus Derechos Humanos,
significa una exposición pública de la verdad.
De una verdad terrible y largamente silenciada. Esa verdad
nos habla del sufrimiento humano incomparable e intolerable,
de la ceguera y la prepotencia de quienes tienen de su lado
el poder y la fuerza. De las grandes fallas de nuestra existencia
como comunidad nacional. Nada bueno y duradero se puede edificar
sin afrontar la verdad. Por dura que esta sea.
Gracias a las
audiencias públicas y sobre todo a la
valentía de quienes consienten en dar su testimonio,
restauramos esa verdad necesaria para cada uno de nosotros
como personas y para el país como comunidad. En segundo
lugar, no solamente necesitamos conocer los hechos, nos es
preciso reflexionar sobre ellos, hacer ese examen de conciencia
que la Comisión de la Verdad ha señalado como
una ineludible tarea para el país.
Pero ese examen no lo puede hacer nadie en nombre de cada uno
de nosotros. Ninguna entidad por eficiente y honesta que
sea puede sustituirnos en nuestra conciencia. No es pues
la comisión la que ha de decir a los peruanos que
deben pensar sobre nuestra historia pasada. Si así fuera
estaríamos ofreciendo apenas un ejercicio teórico,
interesante tal vez pero sin arraigo en nuestra vida real.
Cada peruano y cada peruana tiene que oír lo que las
víctimas han de relatar y permitir que nazca dentro
de sí, ese sentimiento de compasión, de identificación
con el dolor, que es inherente a todos nosotros y esa voluntad
de enmienda, de nuestras acciones y omisiones. Quienes se acerquen
a esta mesa a compartir con el país la memoria de sus
tragedia, nos estarán enseñando pues a hacer
más humanos y ello sólo aumentará la deuda
que ya el país tiene con ellos.
Conocimiento de la verdad
y aprendizaje a través de
ellas son por tanto dos grandes bienes que nos están
dejando estas audiencias. Y hemos reservado para el final la
mención de aquello que es para nosotros lo esencial
de estos encuentros con las víctimas y sus familiares.
Las audiencias públicas son por sobre todo espacios
de reconocimiento y dignificación de las personas afectadas
por la violencia. Lo hemos dicho ya, y lo repetiremos cuantas
veces sea necesario. Los peruanos que sufrieron la violación
de sus derechos, no sólo padecieron daños materiales
o físicos, muchas veces irreparables. Al mismo tiempo
sufrieron el gravísimo daño moral que es la negación
de su dignidad como persona.
Y ese arrebato de la dignidad
fue ahondada por la indiferencia de todo el país, ante tales atropellos. Las audiencias
quieren remediar ese daño haciendo que todo el país
conozca el rostros de las víctimas, que oiga sus voces
y que reconozca en ellas, a sus hermanos, a personas y ciudadanos
con dignidad y con derechos inalienables. Sostenemos que la
indispensable reparación de daño, de daños
que la nación debe a las víctimas comienza por
ese reconocimiento moral y cada uno de los encuentros con la
población afectada hasta ahora, realizadas nos afirman
en esta convicción.
Ese conocimiento de la verdad, esa
reflexión y ese
reconocimiento demandan de todos nosotros un gran esfuerzo.
No sólo por lo duro que resulta afrontar los hechos
sino también por la cantidad y variedad de las víctimas
y de los abusos que es abrumadora. En estas audiencias públicas
que hoy inauguramos, prestando sus oídos a sus hermanos
de Apurímac, la población peruana se aproximará a
un aspecto de esa historia, el de la violencia sufrida por
los campesinos peruanos. Esos hombres y mujeres que vivieron
literalmente atrapados entre dos fuegos. Y que sufrieron asesinatos,
desapariciones, masacres y múltiples robos y sabotajes
que ocasionaron lo que parecía imposible, hacer aún
más pobre una población duramente castigada por
las repetidas crisis económicas del país.
En
estas sesiones la nación conocerá también
otras caras de la violencia, aquella que se ensañó con
los jóvenes estudiantes y las que se abatió sobre
las autoridades del estado y los dirigentes de la población.
Esa historia nos habla de una grave descomposición social
y moral y sobre todo de un drama humano que no debe repetirse
jamás entre nosotros.
Lo hemos dicho ya, para que ello
no se repita, los peruanos tenemos que tomar decisiones cruciales
y efectuar cambios de
gran envergadura en nuestra sociedad. Pero esos cambios no
serán posibles sin un paso previo, la transformación,
la apertura de nuestras conciencias, el reconocimiento de nuestros
errores y de la necesidad de una reforma moral y social y todo
ello tiene como primer requisito, el conocimiento de la verdad.
Al inaugurar esta audiencia pública de Apurímac,
agradecemos pues a los testimoniantes, quienes consistiendo
en recordar su tragedia personal, nos permitirán conocer
públicamente esa verdad. Es una tarea amarga, ciertamente
pero ineludible para todos los peruanos, pero es al mismo tiempo
una obligación que se hace llevadera porque somos conscientes
de nuestro deber y también porque sabemos que no estamos
solos en este empeño.
La comunidad internacional nos
acompaña y nos alienta
a seguir adelante como lo atestigua la presencia aquí de
invitados, representantes de organizaciones amigas, a quienes
agradezco profundamente su compañía en esta audiencia.
Con la seguridad de que al confrontar nuestra historia real,
estamos haciendo renacer la paz y la esperanza para todos los
peruanos, declaró inaugurada la audiencia pública
de la Comisión de la Verdad y Reconciliación,
en la ciudad de Abancay.
Vamos a llamar al primer testimoniante,
al señor Plácido
Damián Casani. El señor Plácido Damián
Casani ha sido dirigente campesino en el año de mil
novecientos sesenticuatro y actualmente es presidente de la
Federación Agraria Revolucionaria de Apurímac,
FARA. Debido a su labor dirigencial, ha sido detenido por efectivos
policiales y el ejército en los años ochentiuno,
ochentiocho y ochentinueve. Estuvo quince años en prisión
y fue indultado en mil novecientos noventiseis. Nos ponemos
de pie, por favor.
Señor Plácido Damián Casani, formula
usted promesa solemne de que su declaración la hace
con honestidad y buena fe y que por tanto expresará sólo
la verdad en relación a los hechos que nos va a relatar.
Sí formulo.
Carlos Iván Degregori:
Señor Plácido
Damián Casani, en nombre de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, le damos la bienvenida esta
audiencia pública, le agradecemos profundamente por
su presencia y sabemos que el testimonio que ahora va usted
a dar va a ser de gran utilidad para nuestro trabajo y va ser
también necesario para que el pueblo peruano comience
a enterarse o se entere en mayor detalle, sí es que
ya lo sabía los sufrimientos que han pasado hombres
y mujeres de este departamento de Apurímac. Sin más
lo dejo en el uso de la palabra.
Placido Damián: (traducción)
Muchas gracias
señores representantes de la Comisión de Verdad,
de las prensas extranjeras, representantes en este momento
deferentes los autoridades del Perú, y la comunidad
internacional, que están presente en este mominto, los
hermanos campesinos, el pueblo y ciudadano en conjunto, agradizco
benvenida en nuestro pueblo de Apurímac, que Dios que
habla. En este momento debo comenzar mi testemonio.
Mi nombre
es Plácido Damián Casani. Hijo de
Simeón Damián Astuquilca, María Casani
Juru, nacido en comunidad campesina Quizapata, hacienda San
Gabriel. Somos trece hermanos y cuatro hermanas. En este momento
yo me radico comunidad campesina Yaca Utcubamba, hacienda San
Gabriel, este Yaca Utcumbamba. Yo soy dirigente campesino,
en que con la ley diecinueve mil cuatrocientos, desde el año
mil novecientos setenta. Mi, mis carreras educaciones son el
corazón de los pobres bajo la sombra de cañaveral
en Hacienda San Gabril y también hago llegar un saludo
a mis compañeros dirigentes de la Federación
Agraria, en este mominto están presentes, hay muchos,
hay muchos también se han ido en otra vida, la vida
de la cotidiana, ha sido perseguidos con toda las familias
como Ubaldino Quinto, como Juan de Remasca y también
como Cayta Juan Caytoeyro de Grau.
Hay muchos también han sido presos, recuerdo mucho
los hermanos que han sido caídos también, perseguidos
con toda las familias. Voy a dar mi testimonio, cual ha sido
mi persecución, todo eso. Yo era dirigente de la Federación
Agraria, ley cuyo espíritu era favorable al campesino.
En defensa de los pobres, entregando las haciendas a los pobres
el Presidente Velasco. Por eso hasta ahora los campesinos como
los hombres, vuelven a reconocer por sus comunidades. Ahí dentro
yo fui perseguido, año ochenta, setentiocho, demasiada
persecución había en el tiempo del general Morales
Bermúdez, en la tierra de Abancay.
Mi mujer de Llaca
Acobamba, por ese motivo yo tuve que irme a otro sitio. Y entonces,
empezamos a organizar la Federación.
En ese tiempo estaban regresando los hacendados a este pueblo
de Apurímac, la prueba clara esta en que es en la Hacienda
Carmen de Curawasi, otra prueba en Tintay, en Pampatama, San
Gabriel. Igualmente, en las comunidades campesinas de otras
provincias. Y entonces, persecución. Al comenzar la
persecución, me fui a mi comunidad el año ochenta.
En el tiempo del gobierno de Belaúnde volví a
ser presidente de mi comunidad.
Ahora dentro de mi comunidad,
a mí el pueblo me lo
pidió. En primer lugar preséntese donde estuviera
usted. Presente usted su partida de nacimiento, presente su
libreta militar, electoral, tributaria. Presente usted sus
antecedentes penales en Abancay. Constancia de su comunidad
de haber sido buen dirigente. Presente usted antecedente de
la Corte Suprema, de la Policía de Investigaciones,
documentos de ser, de estado civil, documentos todos de su
mujer, partidas de sus hijos, así me dijeron allá en
Yaca, Ocobamba. Allí presenté todo.
Espera ahora
allá. Y entonces, cuando yo entré adentro,
de aquí media hora afuera. Plácido vas a trabajar
noventa días aquí, solamente así vas a
tener voz. Allí había intervención del
estado, camionetas por todo costado. Y entonces yo digo ahora
tengo voz, los campesinos se van a organizar. Y vamos a dirigir
con asambleas populares. Y llegamos a elecciones y me dijeron
este indio de San Gabriel, no va a manejarnos a nosotros.
Empezaron
muchos los juicios, y por eso me llevaron de mi casa por intermedio
del puesto de Cachinchihua, hacia Abancay,
incomunicado. Estuve cuatro días preso, con cinco frazadas
amarradas hacia atrás. Y me sacaron a media noche, tú no
puedes estar acá, eres peligroso. Ahora te llaman a
otro sitio, hacia el Cusco. Por eso cuando yo iba en el carro,
yo dije -compañeros avisen a la federación, esta
yendo preso Damián- Y entonces, el pueblo dijo -federación
compañero Abraham, movilizaremos a nuestra población
para reclamar a Plácido-.
Estuve en el Cusco, en una
cárcel del Cusco, dieciocho
días. Había días y momentos que empezaban
a torturarme con electricidad en mis manos. Otros días
me ponían a las fosas de agua, agua en el cilindro,
por momentos también me colgaban de los pies. Nuevamente
me hicieron llevar al tercer piso del tercer lugar penal, y
me dijeron, tú no tienes nada que ver, no tienes ningún
problema, vete a tu pueblo. Ocho policías me llevaron
y llegó mi hermana. Ella se puso a llorar, ahora nos
vamos a nuestro pueblo.
Llegué a Abancay y se llevaba adelante el Tercer Congreso
en la Sociedad de Artesanos. Dije, hermanos y hermanas he vuelto
como hombre por mi pueblo, por nuestro pueblo. Derramaremos
la sangre en defensa de nuestro pueblo. Y entonces, nuevamente
llegué a ser Secretario de Defensa año ochentitres.
Todavía había enemigos y nuevamente ampliamos
nuestro trabajo por las otras haciendas, los dueños
de San Gabriel, de la Hacienda San Gabriel, había otro
grupo. Los indios que se vayan hacia la altura, este terreno
es nuestro.
Hicimos asamblea nuevamente y me señalan como agitador.
Si así entonces, en el corazón del campesino
arderá, florecerá el nuevo amor a la tierra.
Ochentiseis, nuevamente preso, otra vez en Abancay, quince
días. Ochentisiete, igualmente en la base juzgado, Seguridad
del Estado. El ochentiocho, nuevamente con la mayor persecución
ya y me han torturado, golpeado como han querido. Allí jugaba
papel importante la Federación Agraria. Aquí los
campesinos están muriendo demasiado, tienen derechos
también ellos.
Y se firmó un compromiso con la Cruz Roja, con el apoyo
de la Cruz Roja. También hubo instituciones que apoyaban
en este sentido. Por momento recuerdos tengo del padre Domingo
Verne, padre Crahuiño, obispo. El también, el
padre fue preso por haber levantado, ayudado a dos soldados.
Y teníamos también personas e instituciones que
nos apoyaban. El ochentinueve, la persecución ya no
era sólo a mi, sino a más. A cualquier lugar
que yo me dirigía estaba detrás de mí un
policía, una vez llegó a una, llegó a
una comunidad cuando estábamos en un aniversario. A
las tres de la mañana. ¿Qué cosa quiere usted señor policía?,
y él me contestó a mi me obliga mi jefe, yo estoy
cumpliendo mi deber. Yo soy campesino, por favor, no tengo
ninguna culpa. Toma te invitaré un té con agua
hervida. Pero sí es que te dejo a ti, mi jefe me va
a descontar, también gano de eso yo. Así que
comprende.
La persecución era por todos los costados, mi casa
humilde controlada siempre. El año ochentinueve, doce
de mayo a las tres de la mañana estaba yo en mi cosecha
de la casa y llegaron los militares a las tres de la mañana,
en luna llena, en luna entera y me han rodeado. ¡ Plácido Damián!, alto. Si tú te
mueves en este momento, te matamos. Ahora vas a ir por delante
nuestro. Yo contesté con mucho gusto voy, no me rindo.
Hasta donde sea. A la vista será si me comen. Pero en
el pueblo, en el corazón de mi pueblo esta mi nombre.
De ahí me hicieron llegar a la base militar de Abancay,
a otros familiares míos le hicieron saqueo en sus casas,
en Condebamba, en Mariño, en Pueblo Joven.
Entonces,
me pusieron totalmente incomunicado. Cincuentiocho días. Y yo completamente incomunicado. Recurrimos a
Derechos Humanos. Ellos empezaron a preocuparse por mi caso.
Congresista Edmundo Murrugara llegó, también
Andrés Luna Vargas, llegó obispo de Cusco, Lima.
Allá esta el obispo Domingo Verne. En Abancay, en el
pueblo de Abancay, se ha detenido un campesino, hay mucha gente
que esta muriendo. No permitamos que maten a esa gente. Vayan
a reclamar por ellos.
Reclamaron entonces, los de la Confederación Nacional
Agraria, igualmente Amnistía Internacional. Entonces,
yo hice enviar un comunicado a mi familia, con un soldado amigo.
A ese soldado le dije, por favor, házmelo llegar dentro
de este pan, esta nota, diciendo que estoy viviendo. Entonces,
un papelito puso en su sombrero. Recién supieron en
mi pueblo que yo seguía existiendo. Entonces, ellos
se levantaron para pedir libertad, mi libertad. Allí estuve
torturado con electricidad metido al agua, a los pozos, metido
a los baños, después de cuatro días, pues
cinco días.
En lata de leche Gloria, arroz hervido con
sal, mezclado con ají, me servían eso. Otro día estaba cerrado
dentro del baño, desnudo, vendado. Yo no sabía
en esos momentos si estaba de noche o de día. Había
noches en que me colgaban como al perro de mis pies. Estaba
colgado de las alturas. Luego pusieron a otro amigo mío,
a Julián Cárdenas Pensando que era mi compinche,
porque ustedes se parecen. Entonces, solamente mis oídos
escuchan. Altas horas están matando a la gente a golpes.
Entonces, digo yo mátenme de frente, no me hagan sufrir
más. A veces me decían tú eres terrorista,
animal, ¿por que tú diriges tanto a tu gente?, ¿cuál
es la razón?, ¿por qué comandas a tu gente
en Apurímac?
Ustedes están en contra de nosotros los militares y
me hacían tragar dedos de personas muertas. Bueno, yo
voy a comer, soy macho, soy hombre. Sí, así es.
Mi sangre está también corriendo por mis hermanos.
Por eso tengo pruebas Santos Casani. Ha escapado de Capaya,
Roberto Quintana, escapó de Capaya calato. Luis Sarmiento
Mena, también escapó, ahí muchos que dan
prueba de todo esto. Hay mucha gente que también ha
desaparecido, muchos de ellos, cuatro, cinco no han aparecido
ya. Solamente escuchábamos noticias lejanas de todos
ellos. Luego, me llegó el obispo y me sacó de
la cárcel. Ahora sácate la venda, vas a ir conmigo.
Nosotros hemos venido, tus padres, tus familiares, tus amigos.
Con el de la PIP, Plácido Damián, el obispo
dijo -vayan avisar a su hermana, a su familia que vengan por
acá, que traigan agua, leche, comida, que dorme, que
coma- Recién me alegro, recién mi corazón
florece otra vez después de haber sufrido tanto, volví a
ver a mis amigos, a mis hermanos del mercado, mis hermanos
campesinos. Entonces, dije la mala yerba, la mala yerba no
muere así que le metan bala. Yo no he hecho ningún
mal, mi único pecado es haber solamente dirigido, defendido
a mi pueblo.
Después, veinte de julio me hacen pasar a la policía
de investigaciones a revisión médica, luego a
la cárcel. A las nueve de la mañana me encontré con
mi humilde madre. Ella me dijo, todavía vives hijo mío,
felizmente. Y entonces, dije, madre me trajiste como hombre
aquí, yo me defiendo. Si muero, tendré que morir,
que voy hacer.
Y llegando a la cárcel dijeron la Fiscalía,
habían dicho que yo estaba enfermo en el hospital. Madre
mía, así será la vida y entonces, le dijeron
tú hijo está en Cuba, por eso está dirigiendo
desde allí, tu hijo. Entonces, el otro padre Antonio
dijo -a este tu hijo yo voy a recogerlo, porque no puede estar
libre, corre peligro- Y el otro hijo mío estudiaba en
el jirón Puno, ahí se vengaron. Lo han matado
en el hospital, golpeado. El día que yo entré a
la cárcel, por eso yo dije, a mi madre, a mi mujer en
este momento ha muerto, así será pues la suerte,
que le hacemos.
Yo también como mortal, moriré. Después,
reconocí la institución Sica, hermanos progresistas
dijeron que no dejemos esto así, vamos a tramitar el
entierro de ese hijo. Por lo menos ese hijo que sea sepultado
como es debido, en el cementerio. Me han dado poco tiempo,
para despedir a mi hijo, yo ya estaba muy mal. Al tercer día,
voy al hospital allí, allí vino el doctor, el
médico Eduardo Garrido, luego el otro médico
Ramón Figueroa. Y otros médicos más dijeron
que no podemos dejar esto así a este hombre. Inmediatamente
que sea bien atendido. Allí en el hospital estuve durante
cuatro meses, acompañado de dos policías. Muchas
noches me amarraban hacia el catre, solo alguno de ellos policías
me dejaban un poco más tranquilo, porque eran más
humanos.
Pero, en cambio otros no permitían que nadie se me
acerque. Sólo alguno de ellos dejaban que mis parientes
pasaran a mi lado. Después de cuatro meses del hospital,
vuelvo a la cárcel. Allí están muchos
de mis hermanos. Ciento ochenta presos. De distintas provincias,
Andahuaylas, Chalhuanca, Chincheros, también de Grau.
Igualmente de Cotabambas, de todos esos lugares, nos encontramos.
Compañeros no están solos, estamos todos no podemos
abandonarnos sino nos matarán a todos.
Aquí estamos por una causa, allí me encuentro
con Germán Altamirano, también con otros dirigentes.
Y más adelante dicen, saldremos. Nuevamente me llevan
al Cusco, para eso, yo había construido una casa campesina
aquí en Abancay, después de ocho meses de haber
sido juzgado por jueces sin rostro, fui absuelto, pero luego
se apeló a Lima y entonces, estuve requisitoriado. Estuve
en el Cusco juzgado, en Abancay partí en agosto del
noventicinco. Allí mataron a mi madre. Mis enemigos.
Y los jueces sin rostro me sentencian para doce años. ¿Estás conforme o no?, yo les dije, yo aunque
sea pónganme cien años, no estoy tranquilo. Dios
sabrá en qué momento he de irme. Apelé a
la Suprema, y más bien me aumentaron de doce a quince
años. En el Instituto Libertad, me cuentan con lágrimas
que me aumentaron a quince años. Yo tengo fe doctor,
tendré que llegar a Amnistía Internacional y
así fue. Primera vez que yo salí con indulto,
igualmente que la compañera Celestina Merino. Padre
Huber Lancier y los demás, también estuvieron
conmigo. Todavía ahora existen otros hermanos míos
que están en las cárceles en distintos departamentos,
que continúe los indultos, que haya Defensoría
del Pueblo en Apurímac.
Que aquí lo que digamos seamos escuchados por autoridados,
si es que hay reconciliación, si es que hay paz verdadera,
tenemos que ser todos solidarios. No nos dejen solos, no nos
dejen abandonados. Hay todavía más de cien personas
requisitoriadas, todo eso merece atención y solución.
Eso pido en esta audiencia pública a la prensa, a las
comisiones, a ustedes, les pido en nombre de mis hermanos afectado
departamento de Apurímac.
Sofía Macher:
Por favor no aplaudan.
C.I.Degregori:
Señor Plácido Damián hemos
escuchado su historia de manera muy vívida como si usted
la estuviera volviendo a revivir y es una historia que nos
habla pues del heroísmo de muchos como ustedes, de muchos
campesinos y campesinas dirigentes de organizaciones sociales
que a lo largo de estos años tan duros, han sabido no
rendirse. Usted lo ha repetido una y otra vez. No dejar, no
rendirse y seguir luchando por sus derechos y su libertad.
Consideramos que es una historia que todo el Perú,
debe saber y apreciar porque en ese tipo de heroísmo
cívico que no necesita armas para ser heroico ¿no?,
esta el futuro de nuestro país. Cuando reconozcamos
la fuerza de personas ¿no?, en el campo, en la ciudad ¿no?,
que se empeñan en mantener sus organizaciones, sus ideales,
habremos mejorado mucho. En nombre de la Comisión de
la Verdad y Reconciliación, recogemos su testimonio,
haremos todo lo que esté a nuestro alcance por responder
a sus demandas y le reconocemos y agradecemos muchísimo
por su participación. Gracias.
Caso 1Caso
2Caso
3Caso
4Caso
5Caso
6
|